Atrás quedó la imagen del abstemio como aquella persona excéntrica, taciturna y socialmente inadaptada. Ahora los abstemios se llaman teetotalers, tienen entre sus gurús a Jennifer López o Jared Leto, son triunfadores, deportistas, tienen un aspecto envidiable y parecen haberse puesto de acuerdo para salir del armario y decirlo clarito: ser abstemio, amigos, es tendencia.
Más que ser abstemio, lo que realmente está de moda es cuidarse. La fiebre healthy, ya plenamente instalada en nuestra sociedad, tenía que llegar al mundo del alcohol, y cada vez son más los abstemios que reivindican su condición no sólo con orgullo, sino también, como ocurre con muchos veganos, con cierta condescendencia. Y es que estaba claro que tras veganos, vegetarianos, flexiterianos y demás corrientes instaladas más que nunca en el mens sana in corpore sano, los abstemios, que a menudo se adscriben también a las corrientes anteriores, iban a ser los siguientes.
Ellos son estupendos, carismáticos, tienen una piel casi tan maravillosa como un hígado en plena forma, unas neuronas felices y ningún agujero negro en el pasado, ninguna salida de tono de la que arrepentirse de por vida, ningún Whatsapp que lamentar enviado a horas intempestivas de la madrugada. Ellos no beben porque no lo necesitan, pues ya tienen la mayor parte del tiempo ocupada en desplegar su carisma ante el mundo, y en el poquito que les queda practican yoga, beben smoothies, investigan las bondades de los superalimentos y viajan a Etiopía a conocer sobre el terreno una plantación de teff. Y encima no tienen que enfrentarse a una de las experiencias más horribles a las que tiene que hacer frente un ser humano adulto: la resaca.
En Estados Unidos, los abstemios se hacen llamar teetotalers o teetotals, un término que se acuñó a principios del siglo XIX, de la mano de un abstemio convencido llamado Joseph Livesey, de la Preston Temperance Society, una organización de bonito nombre fundada en 1936 con el objetivo de luchar contra el monopolio del alcohol en la vida social. Las razones para ser abstemio eran, ya en aquel entonces, diversas: desde familiares (personas con parientes cercanos adictos al alcohol, como Donald Trump, que se hizo teetotaler en 1981 a causa de la adicción de su hermano), médicas, psicológicas, religiosas, filosóficas, sociales e incluso éticas.
De hecho, muchos abstemios argumentan que las bebidas alcohólicas se han apoderado hasta tal punto de nuestra vida social que darles la espalda supone, por un lado, no dar cancha a ciertas prácticas perversas del sistema capitalista, y por el otro renunciar a ese estado de profundo aletargamiento que produce la sociedad de consumo y que nos impide, por decirlo de alguna manera, hacer la revolución.
Después están, claro, los abstemios por obligación, esos born-again que un día se pasaron empinando el codo y hoy hacen proselitismo del teetotalism. El ex presidente norteamericano George Bush es un buen ejemplo, pero también están desde Rob Lowe a Dave Gahan, el cantante de Depeche Mode que hizo abstemio tras una sobredosis, Ben Affleck, Gerald Butler o Colin Farrell. Este último se ha declarado en diversas ocasiones feliz de poder practicar sexo sin haber bebido antes, cosa que no logró hacer durante 15 años de su vida.
Aunque, en realidad, los abstemios que despuntan en los últimos tiempos no son los que cargan con un pasado de excesos, sino aquellos que lo son por voluntad propia y que esgrimen motivos relacionados con la salud y, por ende, la estética. La Reina Letizia es un buen ejemplo, así como Kim Kardashian, que asegura cuidar de sus hermanas, que sí beben de vez en cuando, cuando se ponen “un poco locas”. J.Lo afirma que sólo bebe un sorbito cuando le obligan para brindar, mientras que Christina Ricci, Katy Perry o Tyra Banks simplemente no lo necesitan, y personajes como Jared Leto o Natalie Portman son, además, veganos, y no beben alcohol como consecuencia de su apuesta por un estilo de vida saludable.
Y es que cuando, entre copa y copa, echamos un vistazo a lo que opinan los expertos sobre el consumo de alcohol, y contemplamos el pacto con el diablo de famosos abstemios como Gwyneth Paltrow o David Beckham, se nos quitan las ganas de volver a agarrar una copa. A medio y largo plazo, el alcohol inhibe progresivamente las funciones cerebrales, incrementa la actividad cardíaca, puede causar la aparición de úlceras, debilita el sistema inmunitario, se asocia a diferentes tipos de cáncer y, citando a la diva Jennifer López, “te arruina la piel”. Y es que, como dijo Shakespeare, “el alcohol provoca el deseo pero frustra la ejecución”. ¿De qué sirve, pues?
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